En tiempos de sequía como los que atravesamos, el de Tucson, en Arizona, es un interesante ejemplo de cómo sacar partido a una climatología adversa: no llueve con mucha frecuencia, pero cuando lo hace, llueve en cantidades que el suelo no es capaz de absorber.
Aunque la empresa de servicios públicos de agua de la ciudad ha llevado a cabo diversos programas de reembolso desde los años 70, hace ya cinco años que Tucson Water puso en marcha un completo sistema subsidios para la instalación de sistemas de recolección de agua de lluvia.
Desde 2012, la ciudad ha gastado más de dos millones de dólares en él, pero el estudio posterior puesto en marcha revela que no sólo estos sistemas gestionan con éxito la escorrentía de aguas pluviales durante los monzones, sino que también ha servido para modificar el comportamiento de los usuarios reduciendo notablemente la demanda de agua potable.
El 80% de las ayudas en Tucson se han adjudicado a sistemas de almacenamiento activo para uso posterior, tales como cisternas o depósitos; en estos casos, tras el primer año de este estudio, que durará tres, las reducciones de gasto de agua han sido significativas, y superiores a la capacidad de almacenaje del que cada vecino disponía. Es claro que la instalación de los sistemas aumenta el grado de consciencia sobre las formas de riego y consumo de agua en general.
Además, aunque en un número mucho menor, también se han desarrollado sistemas pasivos que toman el agua de la superficie y la desvían a través de movimientos de tierra almacenándola en el suelo en los lugares idóneos para ser aprovechados para el riego de la propiedad.
En una ciudad donde más de la mitad de la precipitación anual se produce en los monzones de verano, el programa de subvenciones a los sistemas de recolección de pluviales está dando muy buenos resultados.
