Londres es una ciudad con casi 9 millones de habitantes cuya red de alcantarillado resulta antigua –atesora ya 150 años de historia- y a todas luces insuficiente –fue diseñada cuando la población rondaba la mitad de la actual.
Sus habituales lluvias han convertido también en frecuentes los desbordamientos de aguas fecales que terminan su curso en el río y han hecho a esta cuenca ganarse el apelativo de insalubre por ciudadanos y turistas.
Es por ello que en la capital británica se puso manos a la obra a un consorcio internacional de empresas a trabajar en una de las mayores obras de ingeniería civil que se están llevando a cabo: un súper alcantarillado llamado Thames Tideway Tunnel.
El proyecto, que está previsto que termine hacia 2023, comienza este año los trabajos de construcción del túnel-colector de 25 kilómetros de longitud y 7 metros de diámetro que recorrerá el lecho del Támesis a más de 65 metros de profundidad.
Para ello, ya están en Londres tras viajar desmontadas desde Francia, Millicent y Ursula, las dos tuneladoras más grandes del proyecto, que pesan más de 1300 toneladas cada una, y tendrán, una vez montadas de nuevo, 8,8 metros de diámetro y más de 100 metros de largo.
La obra, de magnitudes colosales, también destaca por su gran coste, que asciende a 5.000 millones de euros, pero al tiempo, resulta interesante destacar que de los cerca de cuatro mil empleos creados en el proyecto, Tideway se ha fijado un objetivo: que uno de cada diez nuevos empleados debían haber estado antes sin trabajo. De este modo, el impulso al empleo local recae con fuerza donde más se necesita.